miércoles, 23 de noviembre de 2011

ARTICULO OPINION DESAZKUNDEA-GASTEIZ


EL DECRECIMIENTO Y LOS RECORTES EN LA RGI

Si recordamos de dónde viene el estado de bienestar, después de la II guerra mundial, mientras en España era necesaria la cartilla de racionamiento, en el resto del mundo se ponían en marcha las políticas económicas de Keynes (mucho impuesto y gasto público, aunque esto de alguna manera ya había comenzado antes con el aumento de impuestos para el gasto de la guerra). Esto se soportaba sobre una clase media muy numerosa, a la que se había imbuido en una borrachera consumista (producción fordista de mercancías, cuantas más se vendan más beneficio se hace, siempre gracias a la publicidad y el crédito fácil, e incluso métodos como la obsolescencia programada, sin olvidar nunca que esto fue posible gracias a que la energía era muy barata). Estas políticas planteadas como un gran pacto social por la paz después de la barbarie de la guerra, se dice que permitieron a las clases más pudientes salir de la Gran Depresión sin hacer grandes esfuerzos económicos.

El crecimiento económico fue continuo hasta los años 70, que aunque ahora nos parezca lo más conveniente, tampoco es algo que haya ocurrido en todos los períodos de la Historia. Es entonces cuando viene la crisis del petróleo (sí, aquella en la que por primera vez se bajó el límite de velocidad, tampoco es algo nuevo). Aunque el incipiente movimiento ecologista ya alertaba de ello, es el Club de Roma (ideológicamente de derechas) quien publica “Los límites del crecimiento” (postulando que el mundo es finito, ¡vaya descubrimiento! que dirá alguno).La economía clásica, incluso su evolución marxista, nunca se preocupó de esto, ya que los recursos naturales son en hipótesis perfectamente sustituibles; si un recurso se agota, el dios ciencia y tecnología proveerá un sustituto. Partiendo de esta idea tenemos hoy los biocombustibles, que en realidad sustituyen la tortilla de maíz por “dar de comer” a los coches, o el tan manido cambio del sistema productivo (coche eléctrico, red eléctrica inteligente y demás), pero que no va a llegar a tiempo para evitar el encarecimiento de petróleo.

La falsa salida la ensayaron los Chicago Boys en Chile, “curiosamente” en dictadura. El neoliberalismo, Thatcher&Cia, acabaron con las últimas regulaciones de los mercados consecuencia de la Gran Depresión. Había que crear riqueza, consumiendo sin parar, que luego toda la sociedad recibiría su parte (teoría como la del derrame, defendida por los socialistas en los 90). Hoy sabemos que no es así, que en realidad han aumentado las diferencias entre pobres y ricos; en el año 1820 el 20% más rico del planeta tenía 3 veces más que el 20% más pobre; para 1913 ese 20% más rico ganaba 11 veces más que el 20% más pobre y en el 1997 el 20% más rico accedía 74 veces más a las riquezas producidas que el 20% más pobre.

Como dice Marta Pascual en “La pobreza leída desde el ecologismo”; esta pretensión eternamente incumplida de extender “esta riqueza” implica la presunción de vivir en un mundo de recursos infinitos, en el que todos los seres humanos podremos alcanzar niveles altos en los consumos (aunque sean necesidades artificialmente creadas).

Sin embargo en un mundo lleno en el que la capacidad de carga del planeta ha sido superada hace ya años (si toda la población mundial consumiera como los vascos, necesitaríamos nada más y nada menos que 2.5 planetas, dato de IHOBE para 2001), en el que no está asegurada la soberanía alimentaria de una mayoría, en el que los recursos más elementales como el aire o el agua limpios empiezan a escasear y está en duda la supervivencia de las próximas generaciones, no es admisible mantener esta pretensión de enriquecimiento, y menos usando el PIB como indicador. Curiosamente las reflexiones sobre la reducción de la pobreza no suelen relacionarse con las reflexiones sobre la riqueza. ONG, programas locales u organismos internacionales mantienen la pretensión de realizar intervenciones para reducir la pobreza, sin alterar los niveles de riqueza monetaria.

Y esa riqueza, F. Cembranos nos recuerda en “Pérdidas que hacen crecer el PIB”que para medirla los gobiernos, medios de comunicación, analistas, consejeros delegados… se basan en el PIB (producción, servicios, exportaciones... valor monetario de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período). La industria militar hace crecer el PIB, cuanto más enfermos haya más crece el PIB, lo mismo que extraer gas no convencional, o construir el TAV. La guerra, la enfermedad, el miedo, la desigualdad… contribuyen al PIB y nos hacen “más ricos”.

Sin embargo, desechar el fracking para mantener un acuífero sin contaminar no contribuye al PIB. Los cuidados (tareas asociadas a la reproducción humana, a la crianza, a la atención de la vejez, a la resolución de las necesidades básicas, a la promoción de la salud, al apoyo emocional, etc.) están totalmente invisibilizados, quedan absolutamente fuera de estos cálculos, ya que no se les asigna remuneración.

Para los trabajos remunerados, nos hacen creer que para que se cree empleo la economía tiene que crecer un 3%. Pero no nos dicen que crecer un 3% al año implica que cada 25 años hay que doblar la economía. ¿Y quién dobla el planeta? Como no va a ser posible, al escenario que se nos plantea J. Riechmann lo llama ecofascismo, algo así como en Mad Max, el más fuerte se quedará con los recursos (es decir, como las últimas guerras por petróleo). El pacto por la paz social quedará roto. Parafraseamos a Martin Niemöller ahora que hablamos de fascismos:

Cuando los ricos se llevaban los recursos del tercer mundo,
guardé silencio,
porque yo he nacido en el primer mundo,

Cuando se explotaba a los que venían a mejorar sus condiciones de vida,
guardé silencio,
porque yo tenía un buen trabajo en mi país de nacimiento,

Cuando iban detrás de los parados,
no protesté,
no vaya a ser que me echen de mi trabajo,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar

En tiempos de bonanza, la fórmula propuesta por los Estados del Bienestar para luchar contra la pobreza ha adoptado estrategias de mínimos (salario mínimo, rentas mínimas, cobertura sanitaria, pensiones mínimas) con la pretensión de hacer escalar a la población por encima de la línea de determinado umbral de consumos.

Ahora que ha bajado el consumo, los estados no recaudan tanto de las clases medias, se decide adelgazar el estado de bienestar. Pero es de justicia que todo el mundo pueda mantener unas condiciones mínimas de vida; no es la gente con menos recursos, la que menos consume, la que está llevando al mundo al colapso.

Desde el decrecimiento apostamos por un reparto justo de los recursos (alguno diría un reparto de la riqueza); sueldos máximos (sueldos más altos mucho más bajos), democratización del sistema productivo, decidir qué queremos producir (alimentos agroecológicos p.e.) y qué no (industria militar, nuclear…), reparto del trabajo remunerado y no remunerado (menos horas de trabajo, incluyendo trabajo doméstico, que lleguen para cubrir las necesidades realmente básicas), y por supuesto, una renta básica que garantice que todo el mundo puede cubrir esas necesidades básicas.

Por eso llamamos a la concentración del 24 de Noviembre frente al parlamento vasco, ya que ese día se van a aprobar los recortes en la RGI.

Estamos indisolublemente ligados a nuestro planeta. Los problemas ambientales son problemas socio-ecológicos. Los problemas sociales son también socio-ambientales (J. Mtnez Allier “El ecologismo de los pobres”).

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